12.1.07

 

Violencia escolar y globalización


Violencia escolar y globalización: el sometimiento social y cultural a las leyes del mercado





Hace poco tiempo atrás, un hecho de brutal violencia estremecía al mundo entero: en los EE.UU., dos jóvenes alumnos de un colegio de secundaria, entraron en el centro armados hasta los dientes, matando e hiriendo a varios de sus compañeros para luego suicidarse. Tal hecho quizás se haya convertido, por su magnitud, en uno de los ejemplos más conocidos de la violencia escolar. No obstante, todos sabemos que ejemplos como este, aunque sean de menor envergadura, abundan a diario en los colegios de todo el mundo; el fenómeno de niños y adolescentes que asisten armados a la escuela forma parte ya de la “cultura” en los EEUU y ha comenzado a “globalizarse” el fenómeno en otros países, como el nuestro.

Pero tomemos el ejemplo inicial, porque puede aportarnos algunos elementos que nos permitan estudiar el fenómeno. Estos jóvenes de EEUU:

- solían vestir de un determinado modo buscando una identidad;
- valoraban la violencia al punto de considerarse militantes, cual si fuera un bando y como quien elige un antivalor para diferenciarse y afianzar su personalidad;
- utilizaban Internet para difundir el modo de armar bombas caseras;
- en el momento de disparar sobre sus compañeros de colegio, mostraron una siniestra preferencia por los deportistas destacados, o sea por los ganadores o los “winner” (triunfadores) del colegio, de acuerdo al modelo cultural más tradicional de ese país.

Varias conclusiones podemos sacar de este caso, que se pueden aplicar a otros.

1. En la cultura de EEUU, la diferenciación entre los ganadores y los perdedores es muy fuerte, casi podríamos decir que es uno de los motores sociales y económicos, ya que esto se traduce en competencia en todas las esferas de la sociedad.

2. La competencia exacerbada genera tensiones que se traducen en triunfalismos, frustraciones, resentimientos, sed de poder y en definitiva violencia social.

3. Ya en la génesis de la denominada “sociedad americana”, John Adams, uno de los “padres fundadores” afirmaba que “…entre los hombres reina la desigualdad, y nadie puede negar la existencia de una aristocracia natural de virtudes…”.

Para poner en marcha el motor del capitalismo liberal, hacía falta una sociedad de individuos que compitan entre sí. Un hombre solidario no era un buen elemento para la las leyes del mercado.

Esta concepción de la sociedad, la de una organización de individuos aislados, temerosos del sistema, desconfiados de su vecino, competidores de sus pares y enemigos potenciales de todos, esta sociedad funcional para la economía de mercado, se ha transformado en una cultura paradigmática que los vientos de la globalización se han encargado de contagiar por todo el mundo, merced a los medios de comunicación masivos.

Para quienes detentan el verdadero poder, el poder económico; para quienes manejan la globalización para su provecho, es necesaria esta globalización cultural porque el individualismo divide a la gente, y porque la ambición y la valoración del dinero y del consumo, son el combustible necesario para mantener encendido el motor de la gran aspiradora que drena riqueza para las arcas de los ganadores. En toda carrera hay un solo ganador, y los que establecen las reglas del juego para ganarlo, necesitan que los competidores crean en ellas.

¿Y qué pasa en una sociedad donde el valor central es el dinero, donde el individualismo es mejor visto que la solidaridad, donde los ganadores deben someter a los perdedores?

Pasa que los que sienten que pierden con determinadas reglas, tratan de ganar con otras, porque ¿acaso no se trata de ganar y ser mejor?, y si no puedo hacer dinero con los negocios, entonces vale robar, y si no soy un ganador, entonces mejor me drogo o alcoholizo para no deprimirme, o me deprimo para esconderme, o me suicido para desaparecer. Y en esa dirección autodestructiva, ¿por qué habría de respetar a otros, si en definitiva el mundo entero es el culpable de mis desencantos?

La desintegración social, la elección de antivalores como respuesta refleja o de revancha a los valores de una sociedad hipócrita, la concepción de las demás personas como enemigos y competidores, es un semillero de violencias; violencia delictiva, violencia familiar, violencia social, violencia en todos los sentidos, y entonces, ¿porqué no, violencia escolar?

La violencia ya no forma parte del catálogo de hechos aislados y marginales, llevados adelante por personas enajenadas que no respetan los valores sociales. No, hoy la violencia es un valor social, tan prestigioso como cualquier otro valor individualista de un sistema absurdo. Entre las pandillas, o las hinchadas, o los cabezas rapadas, o la forma y nombre que adopten, los crímenes son como muescas en la culata del revólver que se exhiben ante una sociedad que exige: ¡destácate!, en lo que sea, pero, ¡destácate!
Y entonces, si ese es el valor que enseña la sociedad, niños y adolescentes buscan destacarse: si nos drogamos, el que toma la dosis más fuerte es el que más se destaca. Si nos alcoholizamos, el que más bebe es el campeón. Si asesinamos, el que más mata es el “winner”. Si nos apaleamos, el que más pega es el number one”.

Y ante esta situación, saldrán las histéricas voces de algunas personas mayores o bienpensantes a decir: ¡pero donde están los valores que enseñamos a nuestros hijos!, ¡es la televisión las que los echó a perder!, ¡son esos rockeros, o esos famosos!

De ninguna manera, amigo, quizás haya medios y vehículos por donde se transmiten las cosas, pero los antivalores que alimentan la violencia y la disgregación social, son parte de las enseñanzas sociales: las que se transmiten por los padres, los maestros, y todos los otros que influyen en los niños y jóvenes. Porque si bien hemos recitado formalmente y de memoria los principios de los viejos valores morales, lo que en realidad hemos impuesto con verdadera convicción ha sido el valor del individualismo, la competencia y el dinero como valor central. De modo que no nos extrañemos de que en la sociedad aparezcan cada vez más monstruos. Antes que pensar en como detenerlos o como reformarlos, pensemos en detener la fábrica de monstruos, desarticulemos el individualismo, la competitividad asfixiante y el consumismo sin sentido.

Claro que no es tan fácil, porque una sociedad que se guíe por tener sólo lo necesario y suficiente para vivir cómodamente; una sociedad solidaria y no violenta, una sociedad donde las personas vean al otro como hermano y no como un competidor, no es una sociedad funcional a la economía de mercado, ni al modelo globalizador que busca unificar y homogeneizar la cultura.Pero el ser humano ya se está cansando de esto, y seguramente encontrará su destino, un destino mucho más elevado que ser un estúpido triunfador. Y cuando el ser humano encuentre ese camino, seguramente que los niños y los jóvenes nos enseñarán antes que nadie de lo que es capaz el ser humano cuando se le abre el futuro.

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